DETALLES DE CORTESIA: LA PUNTUALIDAD
Traigo un tema trillado, por cierto, pero no por ello dejaré de tratarlo ¿a qué hora llegar? Sigue siendo la gran pregunta.
Los griegos daban especial relevancia a la deidad Cronos, precisamente por ser el dios del tiempo. Es el tiempo la vara que mide la existencia. Somos personas finitas, es decir, con un final cierto: la muerte; siendo ésta la instancia final que da sentido a la vida. Sabernos infinitos sería muy aburrido. Sé que no estamos en la época victoriana donde éste tema era de trato frecuente, pero estando esquivos caemos en la estúpida soberbia de no comprender que debemos aprender a administrar el don del tiempo como el capital más valioso que tenemos. Por ello no ha pasado de moda el tratar el tema de la puntualidad.
Llegar a tiempo es lo indicado. Nunca tarde, pero muchos menos antes. Si leyó bien, estimado lector, nunca y bajo ningún concepto se llega antes a una cita. De ello saben bien los británicos, que hacen honor al barrio londinense de Greenwich. Si algún inglés llega antes a una reunión camina una vuelta manzana o espera en una confitería tomando un té de modo de llamar a la puerta en el momento preciso. El tiempo prudencial para llegar está comprendido entre los 5 y 15 minutos posteriores a la hora de convocatoria.
Si llego antes puedo incomodar a los anfitriones que, seguramente, no sabrán qué hacer conmigo, delatando así mismo impuntualidad de parte de ellos, quienes deben estar preparados y sosegados antes del horario de convocatoria. Llegar tarde es grave porque toma el tiempo del otro para hacerlo de uno, provoca enfados y enfriamiento de amistades y relaciones. Llegar tarde es una indelicadeza. La impuntualidad es poco correcta y una falta de atención y respeto para con uno y con los otros.
Si llego tarde debo avisar sobre la demora y dar el parecer sobre el posible arribo, ya nadie puede excusarse de no poder hacerlo, lo hará por llamada telefónica, mensaje de texto, Messenger, WhatsApp, etc. u otra manera apropiada, pero lo hará: De esta forma el anfitrión decidirá qué hacer y el demorado al llegar sufrirá menor juzgamiento por su falta de sincronización. Si contamos con un impuntual en el grupo lo convocaremos 15 o 20 antes que el resto, claro está, sin que él lo sepa.
Mis abuelos paternos tenían la siguiente premisa (no había teléfonos móviles ni casi líneas fijas en todos los barrios) de modo de “castigar” suavemente al que llegaba tarde a una comida: si había pasado el tiempo prudencial de la espera y conformación del grupo (aperitivo) esperaba en la sala tomando algo para luego de finalizado el plato de entrada se lo invitara a pasar a la mesa, si llegaba en el momento de finalizar el primer plato, esperaba en la sala continua hasta el momento del postre en donde al invitado llegado tarde se le servía el plato principal, quien se quedaba sin postre para pasar luego todos a la sala a tomar café, si llegaba en el momento de los postres, era mejor dejar saludos y respetos a través del personal y marchase para, al día siguiente, dar las debidas explicaciones, si se lo permitían, claro está. Otros tiempos, ¡seguro!, pero también es cierto que una casa no es una fonda para que entren y salgan comensales como si no pasara nada.
El protocolo ortodoxo consagra que quienes pueden permitirse hacer esperar a los demás son, en todo caso, las personas de mayor precedencia, por ejemplo un jefe a un subordinado. Aún cuando estas personas, precisamente por su situación, puedan hacer esperar a otros, deben esmerarse y respetar igualmente los detalles de urbanidad y delicadeza.
Las reuniones deben empezarse a la hora prevista si ya ha llegado alguno de los que debían asistir. Si esperamos, lo que parecería una delicadeza con el que se retrasa se convierte en indelicadeza con los que se han tomado el interés de ser puntuales.
La puntualidad es pura cortesía, y la impuntualidad todo lo contrario.
Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro
@ProfesorGavalda
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